<strong><em>Sembrar con alegría: TRANSGREDIR</em></strong><br><strong>Verónica Vera</strong><br><strong>31 años </strong> - <strong>Ecuador </strong>
Sembrar con alegría: TRANSGREDIR
Verónica Vera
31 años Ecuador

Elizabeth Argüello

Conocí a Verónica cuando estudiábamos juntas la secundaria. Era imposible que pasara desapercibida. Sus ojos claros y suaves daban el equilibrio a su voz fuerte. Su voz y sus palabras harían que, aunque estuviéramos en diferente salón, su presencia llamara mi atención.

Cómo no iba a fijarme en ella, si a esa edad hablar de sexualidad y hacerlo con una naturaleza sorprendente no era común. Recuerdo cómo me impresionaba su sabiduría y los términos que empleaba. Hablaba de cosas nunca antes escuchadas por mí. La primera vez que puse atención a una conversación sostenida entre Verónica y sus amigas fue porque la escuché hablar de “derechos sexuales y derechos reproductivos”.

Yo había escuchado que las personas tenemos derechos, incluso en alguna ocasión me habían dejado investigar para una tarea cuáles tenía. Encontré información sobre el derecho de tener una familia, un nombre, alimentación, pero no hallé nada de los derechos que Verónica aseguraba que teníamos como adolescentes.

Al principio pensé que les estaba tomando el pelo a sus amigas, pero se escuchaba tan segura que me hacía pensar en lo lindo que sería pensar que las personas adultas confían en nuestra capacidad de decidir con quien y cuál es el momento en el que deseamos iniciar nuestra vida sexual.

Hasta que una tarde fui directo a mi casa a buscar en internet sobre aquel tema y consté la veracidad de lo expresado por Verónica. En ese momento nació una gran admiración hacia ella. Me dediqué a observarla y a preguntar de forma casual a mis amigas que la conocían sobre su vida personal.

De esta forma supe que su madre y ella eran de Quito y su papá de la costa de Ecuador. Su familia nuclear estaba conformada por seis personas: tres hermanas mujeres, un hombre y sus padres. Varios años después, ella misma me contó que la relación entre las hermanas y hermanos fue crucial para su crecimiento y desarrollo, especialmente el aporte de su hermana Ana.

Fue Ana quien llevó la lucha social y colectiva a sus espacios familiares, empezó la militancia en espacios de izquierda, feministas y de mujeres y, de alguna manera, revolucionó la vida de la familia. Verónica me confesó que al principio se sintió impactada, aunque no siempre de una forma positiva.

Alguien que interpela y cuestiona las formas de vivir de las familias te puede movilizar y afectar, pero solo te percatas de ellos al crecer. Verónica se asume como descendiente de mujeres muy fuertes que han sido cabeza de familia y revolucionarias para su época. Su abuela paterna fue profesora profesional a pesar de que en su tiempo era extremadamente inusual que una mujer trabajara y estudiara en vez de dedicarse únicamente a su casa. Su abuela materna revoluciono su mundo además sostuvo el liderazgo de su familia e hijos y los sacó adelante pese a su ceguera y obstáculos.

Su relato me permitió entender su seguridad proyectada, la fuerza de sus convicciones y acciones emprendidas. Sus figuras familiares incidieron mucho en su vida y la convirtieron en la adolescente que fue y la mujer que es hoy. Pero tenía duda de cómo se pasa de la reflexión a la acción.

Verónica me contó que a los doce o trece años tuvo la oportunidad de participar en el equipo promotor del primer Consejo Consultivo de la Niñez y adolescencia en Ecuador, un espacio organizado desde el Estado para que niñas, niños, adolescentes y jóvenes fueran consultados respecto de las políticas públicas relacionadas directamente con ellas y ellos. Ella fue invitada por su escuela. En ese consejo conoció el código de la niñez y adolescencia y sus derechos, y aprendió a usarlos como herramienta de defensa.

Elaboraron una agenda llamada “Mírame a los ojos” la cual presentaron a los entonces candidatos a la presidencia en un evento formal en el que los hicieron firmar un compromiso para “luchar por un mundo del tamaño de los sueños de niñas, niños y adolescentes”.

Después de aquella experiencia, Verónica formó parte de una iniciativa llamada Ecuador Adolescente, la cual fue de su agrado porque el tema central eran derechos sexuales y derechos reproductivos. Su rol fue la de facilitadora de aprendizaje para otr@s adolescentes a nivel nacional en temas de sexualidad, derechos sexuales y generales.

Tuvo que viajar a encuentros, siempre acompañada por una prima de su misma edad, lo cual le daba mayor seguridad a su familia para darle permiso. Pude imaginar a Verónica hablando encantada de esos temas con sus semejantes, con las redes juveniles de las cuales sería parte. En sus palabras, esto le daría “la posibilidad de pensar que podía hacer algo para cambiar la realidad vivida en ese momento”.

Entendí de dónde había salido la Verónica de 15 años que promovió junto a sus compañeras una revuelta y una denuncia contra el colegio porque pretendía impedir que una alumna embarazada tomara los exámenes y se graduara con el resto del grupo.

Lograron que el colegio fuera multado y que le permitieran a la chica tomar los exámenes regulares y graduarse con nosotras; inclusive pudo asistir a la misa de graduación, pese a que era un colegio de monjas.

Todo ocurrió bajo la supervisión de un inspector del Ministerio de Educación. Cuando recordamos esta historia, Vero siempre dice haber hecho eso y pensar que las acciones desencadenadas eran “ver aterrizados los derechos, que estaban solamente en papel, convertirse en una realidad concreta. Fue mi primer activismo feminista”.

Ahora, a nuestros 30 años, nos vemos de vez en cuando y no es raro charlar sobre el impacto de todas esas experiencias en nuestra adolescencia y que llevó a cuestionarnos todo lo enseñado como verdad absoluta.

Verónica y yo siempre hablamos de los retos a enfrentar por parte de las niñas y adolescentes. Vero se reconoce muy afortunada por el apoyo de su familia, sabe que nuestros permisos y acompañamientos no fueron iguales a los de ella.

A mí me costó mucho más tiempo reconocerme dueña de mi vida y cuerpo. Me costó aun más aceptarlo y defenderlo frente a otras personas. Pensamos en lo interesante que resulta ver las diferencias de nuestros procesos y escuchar la diferencia de nuestros pensamientos de más jóvenes.

Mientras ella batallaba con el adultocentrismo de las organizaciones feministas, yo batallaba con mi familia ultraconservadora y mi novio tóxico. Resultaba muy común escuchar a Verónica decir: “Claro, mientras eres la joven que llena la cuota y está en los espacios para mostrar diversidad, chévere, pero cuando quieres ser protagonista, tener voz o buscar que tu organización resalte, que su presencia sea visible, cosas de este tipo, disputas por el prestigio y el reconocimiento.

Llegado a ese punto, ya no les gusta nuestra participación y esto se convierte en una lucha constante para quienes vienen detrás, para así asegurar siempre la existencia de voces nuevas”. A diferencia de Verónica, para mí era común expresar: “Estoy cansada cuando todo mundo me dice lo que debo y no debo hacer. Ahora no solo tengo que lidiar con mis padres que creen que debo cumplir todas sus expectativas para considerarme una ‘niña buena’.

También me conflictúo con Andrés, quien cree poder decirme a quien sí o no debo hablarle”. En una de nuestras últimas charlas, llegamos a la conclusión de la necesidad de comenzar a cuestionar lo normalizado por la sociedad y que esto se convierta en la primera forma de resistencia en la vida. Necesitamos separar la lucha social y la organización feminista de la caridad. Nuestro punto de partida debe ser reconocer a nuestro quehacer como algo transformador. La segunda línea sería trabajar en equipo; consideramos imposible lograr algo únicamente desde las individualidades, los logros se adquieren en las colectividades y la organización.

La tercera línea consistiría en no soltar el trabajo personal, no dejar de cuestionarnos nunca. En palabras de Vero: “También es una forma de resistencia empezar a incomodarte a ti misma, cuestionarte todo el tiempo y entender cómo el activismo feminista no debe hacerse desde un lugar de sacrificio, sino de alegría y transformación”.

Me agradezco infinitamente haberle hablado de manera personal, sin intermediarias. Esto me permitió echar mano de los aprendizajes compartidos por ella ahora que surge en mí el interés de formar una organización. Un ejemplo de sus aprendizajes fue cuando participó en la Coordinadora Política Juvenil y enfatizó la importancia de que las personas jóvenes cuenten con recursos propios para decidir qué proyectos priorizar, los objetivos primordiales a conseguir y hacer uso de su voz dentro de los procesos.

De su participación en Ecuador Adolescente resalto la pertinencia de los procesos de formación entre pares. Su aportación en las comadres mostró la relevancia de tejer redes para defender nuestro derecho a decidir y que el marco normativo no lo limite.

De Surkuna (la organización donde trabaja) incluiría a la justicia social como un horizonte y una realidad concreta. Cuando pienso en Verónica, viene a mi mente el pañuelo verde, aquel que ella refiere como “el símbolo del feminismo internacional, el pañuelo usado para cubrirnos el rostro y demostrar que la lucha es por todas, pero de igual forma nos permite visibilizarnos como distintas partes de una misma lucha”.

También recuerdo sus palabras escuchadas hace poco en una entrevista y por las cuales dejo de hablar de su historia, para seguir inspirando la historia de muchas otras:

“A las niñas y adolescentes que están iniciando, les pediría no ser tan rígidas con ellas mismas en este proceso de construirse en la persona que quieren o sueñan ser, porque cometerán errores y no necesariamente lograran ser 100% coherentes con sus creencias pensamientos y afirmaciones. Este es un proceso de aprendizaje permanente porque todo el tiempo estás cambiando y cuestionándote. No sean duras consigo mismas, porque los fundamentalismos en nuestras propias vidas también hacen daño. También me gustaría decirles que se sumen a este gran movimiento feminista en el que no están solas. Somos muchas de distintas edades las que queremos cambiar y tener un mundo justo, equitativo, sin violencia y en el cual podamos decidir. De igual forma me gustaría resaltarles nuestro acompañamiento y el de quienes nos antecedieron, porque existe una historia de ancestras y mujeres luchadoras que han estado siempre y su energía vital nos fortalece, nos hace crecer y nos hace fuertes”.