<em><strong>Cuestionar y escuchar: ACOMPAÑAR</strong></em><br><strong>Sofía Regalado</strong><br><strong>23 años - </strong>    <strong>Mexicana</strong><br>
Cuestionar y escuchar: ACOMPAÑAR
Sofía Regalado
23 años – Mexicana

Ambar Nicté

Entré al aula cuando estaba terminando el taller que Sofía daba a mis alumnas de sexto de primaria y alcancé a escuchar que les dijo: “Tienen algo muy poderoso entre sus manos, tienen esa chispa por la vida que muchas veces la gente pierde cuando crece. Ustedes la tienen y tienen un súper poder en este momento y es el de la creatividad y la energía para hacer cosas. ¡Son súper poderosas niñas, las amo!” Me acerqué para agradecer su presencia y pedí al grupo que de manera ordenada se dirigiera al patio de la escuela, a su clase de educación física.

Cuando estuve a solas con nuestra invitada, le pregunté cómo les había ido en la sesión y le expresé mi interés porque no fuera la última vez que nos visitara.

Le comenté que me había llamado mucho la atención su manera de cerrar la actividad y la confianza demostrada hacia ell@s, porque pocas veces había escuchado a alguien dirigirse de esa forma a las y los alumnos. Le confesé incluso lo común que era escuchar a mis colegas decir que estas nuevas generaciones son apáticas y no se comprometen con nada.

Sofía me miró, dejó asomar una sonrisa, de esas que denotan entre sarcasmo y pena ajena, y me dijo: “Cuando era pequeña me causaba mucha bronca el sistema educativo en el cual cursé la escuela pública porque vive diciéndonos ‘no puedes’, ‘no puedes’, ‘no puedes’. Y si algo yo me decía en mi infancia y en mi adolescencia era precisamente qué podía hacer yo. Observaba todos los problemas, era consciente de ellos y me angustiaba su tamaño, pero qué ¿podía hacer? Me parece necesario comprender que las y los niños también pueden llegar a sentirse muy angustiados por las problemáticas sociales porque no encuentran herramientas para actuar y nos toca a nosotras, como personas adultas, ayudarles a confiar en ellos y en su capacidad de lograr lo que se propongan”.

Escucharla me hizo sentir el calor que corría por mi cuerpo cuando estaba en la universidad y alguna profesora decía algo que me hacía sentir emoción y esperanza. Me emocionó saber de la existencia en el mundo de otras personas que como yo creen en el potencial de las niñas y los niños y no los ven como un problema a solucionar como otras personas que ven el tratar a l@s niñ@s como una obligación impuesta ya sea laboral o familiar. Al comentar esto a Sofía fue como si nos reconociéramos cómplices y aliadas.

Me encargué de gestionar con la directora un par de talleres más para mi grupo y otros sextos. Sofía amablemente aceptó impartirlos y eso nos mantuvo en contacto.

El día de su último taller la invité a comer para agradecer su trabajo y en esa comida entendí un poco más de dónde había surgido tanta pasión y compromiso. Me contó que creció con sus abuelos y que siempre estaba en casa únicamente con su abuela, por lo que a los seis años sufrió un cuadro de depresión.

Sofía era una niña demasiado sensible y consciente que cuestionaba el mundo. En mi experiencia, las personas adultas no saben cómo manejar algo así porque tienen una idea equivocada respecto de la infancia y la adolescencia. Creen que quienes están en esas etapas no saben lo que quieren y solo deben seguir las indicaciones de quienes sí saben qué es mejor para sus vidas, que usualmente son las y los adultos que los rodean. Entendí su sensación de no contar con nadie y su angustia.

Me dolió mucho imaginar que una niña puede sentirse así, pero también me alegró saber que, dentro de ese mundo adulto, contó con su mamá, quien, como ella dice, siempre fue el geniecito hablándole a un lado y diciéndole “tú no creas nada y cuestiónalo todo”.

Sofía me contó que su madre no tuvo empacho en hablarle de sexualidad, abuso sexual y feminismo. Ella fue su aliada cuando a los doce años decidió convertirse en vegetariana y la llevó a su primera marcha en contra del maltrato animal. También recuerda la vez en que Sofía le comentó orgullosa que sus compañeros eran unos ignorantes que no sabían apreciar el arte. Su madre la detuvo y le hizo ver los privilegios que le permitían apreciar una obra y reflexionar sobre el mundo, motivo por el cual no podía juzgar a sus compañeros sin saber cuáles eran sus circunstancias.

Las pláticas entabladas por ambas sobre feminismo y las constantes reflexiones en casa por parte de su abuelo en torno al gobierno, la geopolítica y el racismo, justifican la forma en que se alimentó el espíritu inquieto y político de Sofía.

A los diez años difícilmente se tiene consciencia del significado de activismo y Sofía desconocía lo que implicaba mantener una postura política, pero entendía plenamente que estaba asumiendo algo que tendría que enfrentar, por ejemplo, el ser gay o lesbiana no estaba mal frente a su maestra de civismo o cualquier otra persona.

De igual forma asumía su posición cuando reproducía en el recreo el contenido de aquel programa de sexualidad que veía y se paraba frente a sus compañeras sintiéndose la conductora del mismo, sabiéndose y sintiéndose la única de responder cualquier duda, a pesar de poder ser reprendida por hablar de “esas cosas”.

Venció su resistencia a crear un perfil de Facebook y cuando ya se acostumbró a usarlo representó una fuente de información a su alcance del tema que quisiera. También lo usó como un medio para compartir sus posturas activistas y conocimientos.

Después de las charlas con su madre, aproximadamente a los 14 o 15 años, tuvo su primer acercamiento a un grupo de feministas durante una de las marchas contra Enrique Peña Nieto, cuando este era candidato a la presidencia de México. Recuerda haber visto a unas señoras con camisas moradas, se acercó a ellas y les preguntó: “Oigan, ¿ustedes son feministas?” y ellas tras contestarle que sí y responder otras dudas sobre el feminismo la invitaron a unos círculos de estudio.

Desafortunadamente esta primera experiencia no fue buena. Estuvo cargada de adultismo y una negación de su liderazgo. Pero reconoce la influencia positiva porque a partir de ella empezó a comprender un poco mejor cómo funcionaban los movimientos sociales y la importancia de crear o articular redes. Así decidiríamos articular el trabajo realizado por ambas con niñas y adolescentes.

Sofía y yo soñamos con construir un proyecto en el que podamos retomar nuestras experiencias y el conocimiento respecto a las limitaciones que enfrentan las niñas para participar. Por ejemplo, el hecho de no poder trasladarse a ningún lugar si no son acompañadas; el saber cómo los espacios de activismo están pensados desde las personas adultas y sus dinámicas, por lo cual no les resultan atractivos ni se sienten integradas; también saber que muchas veces el único mundo conocido por ellas es el vivido día a día en sus hogares, un espacio donde se reproduce el machismo y adultocentrismo.

Cuando hablamos sobre cómo queremos constituir nuestro proyecto, Sofía insiste:

“Primero debemos entender qué quieren las niñas, ¿cómo lo quieren?, ¿cuáles serían sus motores para moverse o para actuar? Necesitamos crear una inicitiava para apostar a las niñas, confiar en ellas y ser sensible para reconocerlas capaces de crear cosas y hacerles saber que confiamos en ellas. Lo importante es que les hagamos sentir el gran valor de su pensamiento desde una lupa feminista. Es fundamental hacerlas sentir que pueden hacer cosas, darles la confianza para externar sus opiniones”.

Yo afirmo con una sonrisa y me emociono al imaginar a mis alumnas y otras niñas con espacios seguros para ser ellas, aprender y tejer redes que les permitan ser felices personal y colectivamente.