
María José es feminista nicaragüense y escribe poesía desde muy niña. Nació en Chinandega, una ciudad ubicada en la frontera con Honduras y el Salvador, un ubicado entre un volcán y un océano que la vio crecer y convertirse en una niña tenaz, siempre obstinada en pensar que las opciones a su alrededor eran insuficientes por ser limitadas.
En ella siempre latió el deseo de querer algo distinto. El humilde barrio donde vivió su infancia y adolescencia se caracteriza por tener un alto índice de alcoholismo, situación fácil de entender porque Chinandega aloja a los dos ingenios de Nicaragua en los cuales se produce todo el licor del país, y su casa se ubicaba a una cuadra de un cañaveral. Desde pequeña, María José aspiró una vida distinta a la de las adolescentes de su barrio que ya eran madres o estaban en proceso de serlo.
Estaba completamente segura de no querer ser maltratada por nadie, como muchas veces observó que sucedía a otras mujeres, incluidas las de su propia familia. Aprendió y supo asimilar que la violencia ejercida y naturalizada contra niñas y niños no era justa. ¿Pero qué podía hacer una niña de ocho o nueve años proveniente de un contexto en el que se obedecía a lógicas estructurales? Mucho. Retarlo, por ejemplo.
Su primera gran resistencia fue leer a escondidas, debajo de la cama, porque su abuela se burlaba de ella por hacerlo y le remarcaba lo ridículo del acto simplemente por ser mujer. Pero esto jamás la detuvo. Leyó con gran gusto todos los libros a su alcance. Integrante de una familia de izquierda, con un padre revolucionario, no le fue difícil involucrarse desde pequeña en un grupo de acción en el cual tenía sus orígenes la antigua Asociación de Niños Sandinistas (ANS) y fue lideresa nivel nacional con apenas once años. Ese espacio donde la violencia contra niñas y niños se nombraba como tal, fue una burbuja de protección para la pequeña María José. Allí encontraría más fuerza y eco a sus denuncias, metas y sueños.
El grupo fomentaba el involucramiento de niños y niñas en los distintos procesos. María José, por ejemplo, formó parte de un grupo de pares que fueron consultados sobre el Código de la Niñez y la Adolescencia, instrumento jurídico aún vigente en su país y que penaliza, entre otras cosas el maltrato físico. Su poder fue creciendo, se sintió con mayor seguridad para defender aquello considerado injusto.
“¡Está mal que nos lastimen y está mal que lastimen a mis primos, primas, hermanas!”, se decía. Comenzó señalarle a los adultos sus acciones incorrectas y por las cuales podían ir presos. Las alas de María José se extenderían para el resguardo propio y de las y los niños de su calle, quienes acudirían a ella para acusar a las personas adultas cuando usaban la violencia física en su contra.
Las alas de María José siempre fueron zurcidas y rezurcidas por su madre, acompañante continua en su proceso. Aprendió cómo la información sirve para defenderse a sí misma y a sus pares. Comprobó el poder de unos posters pegados en la puerta de quienes no respetaban su derecho a vivir libres de violencia. Sus tías fueron fieles testigas de cómo su sabiduría podía desatar una protesta en casa ante el argumento de que ser madre daba prácticamente cualquier derecho sobre los hijos e hijas. “Sí, es tu hijo biológico, pero no te pertenece”, replicaba ella.
Esta fue una etapa muy importante para ella. Descubrió sus capacidades para transformar el mundo y convertirse en una agente de denuncia. Como diría ella, “decidí convertirme en lo que actualmente soy: una activista, militante permanente e intransigente”. Pero ser una militante permanente no siempre es sencillo, en ocasiones resulta en un enfrentamiento con una misma y con quienes se supone son personas aliadas. Lo anterior tuvo que aprenderlo dolorosamente cuando a los 16 años sufrió acoso sexual por parte de uno de los líderes adultos del movimiento del cual era parte.
Afortunadamente contó con una amiga que le explicó que eso se llamaba acoso y la apoyó para hacer la denuncia contra el causante. Desafortunadamente al hacerlo las reacciones no fueron a su favor y debió renunciar al espacio donde había crecido tanto. No obstante, siempre tuvo clara su posición: si de niña le enseñaron a tener megáfono para denunciar la violencia, las personas en ese espacio no estarían exentas de ser denunciadas y utilizaría ese megáfono simbólico incluso contra ellas.
Al conocer los colectivos y compañeras feministas se sintió identificada. Le alivió saber que no era una extraña solitaria en este mundo y se propuso contribuir a evitar que las niñas se sintieran como bichos raros y vivieran con un sentimiento de soledad profunda. Con más años y experiencias encima, María José y sus amigas reconstruyeron sus propias experiencias de niñas activistas e impulsaron una iniciativa llamada “Brujas mal portadas, mujeres en libertad”, a través de la cual trabajan con niñas estigmatizadas en las escuelas y en los hogares por ser consideradas como “las problemáticas, las rebeldes o mal portadas”.
Las niñas son invitadas a ser parte de conversatorios abiertamente feministas que la mayoría de ocasiones concluyen en un proceso de autodeterminación feminista por parte de las participantes. María José se reconoce como una mujer de 34 años sobreviviente de la dictadura de Ortega. Fue perseguida junto con sus amigas y tuvo un exilio de dos meses, aunque regresó al país por no poder sobrellevar a la idea de permanecer exiliada, en un limbo.
Ella se asume como feminista, proaborto, mujer sensible y una fiera cuando se trata de violencia contra niñas y niños. No le importa discutir, pelearse o entrar en distancias políticas con mujeres con tal de resguardar la integridad de niñas y niños. A su pequeño hijo le enseña que no hay una madre ideal, sino una madre posible, su relación maternal es de amor, cuido y respeto. María José entiende la pañoleta morada que la acompaña al compartirme suhistoria –al igual que en muchas de las marchas contra el régimen de Ortega– como un símbolo de su identidad feminista y de cómo con ella, en cualquier parte del mundo, mostrará su postura y las luchas defendidas por ella y millones de mujeres. Se sabe parte de un movimiento internacional y acompañada.
Para la protagonista de esta historia hay resistencias muy amorosas como las hechas con las mujeres de su familia, hay resistencias más políticas de debate ideológico como las sostenidas en el movimiento feminista y a veces también reconoce a la resistencia como el acto de retirarse. Ella nos enseña la forma en que muchas ocasiones podemos decir: “Esto me sobrepasa, este poder me sobrepasa y la forma en como yo voy a estar bien es retirándome para preservar la vida o la estabilidad emocional”.
Actualmente vive en México porque estudia un doctorado. Tomó esta decisión al sobreponerse a la depresión de ver morir a cientos de nicaragüenses, un estado anímico que la orilló a reinventarse y desde la Antropología se plantea narrar la atrocidad vivida desde 2018 en el pueblo de Nicaragua. Se define como una mujer que ha construido la felicidad a punta de decisiones conscientes, con la certeza de saber que el acto de crecer como niña duele, pero de adultas tenemos la posibilidad de acompañar con respeto a otras niñas. A María José le gustan las cosas sencillas: leer, tomar café y reír junto a sus amigas.