<em><strong>Ecos de mirada: SORORIDAD</strong></em><br><strong><strong>Katerine Reyes Muñoz</strong></strong><br><strong>28 años -</strong> <strong>Hondureña</strong>
Ecos de mirada: SORORIDAD
Katerine Reyes Muñoz
28 años – Hondureña

Molcajette

Recuerdo el día que se develó ante mí con la peculiar potencia de su voz. Portaba su pañoleta verde. “No hace mucho me identifiqué como una joven feminista, empecé a adentrarme en el fondo del feminismo, en su historia. Realmente me apasiona y es algo sobre lo cual estoy pensando todo el tiempo. Siempre llevo conmigo esta pañoleta”, expresó al presentarnos.

Era como escuchar el eco de las hojas, los susurros del vivido verde arropando los horizontes de Santa Bárbara. Ahí nació la chica de los ojos laguna a quien conocí durante mi visita a ese país y más tarde sabría su nombre: Katerine, la menor de tres hij@s Yo estaba tomando un café en el centro de ese departamento ubicado en la parte noroccidental de Honduras, cuando escuché la voz de una adolescente que no parecía ser de la región.

Hablaba de la píldora de anticoncepción de emergencia (PAE) y de cómo había sido prohibida en el país desde 2009, lo cual la hizo sentir más identificada con las luchas porque no se garantizaba el cumplimiento de los derechos sexuales y derechos reproductivos, su trabajo prioritario y enfocado en las mujeres.

Ella y una compañera invitaban a niñas y adolescentes de los alrededores a acercarse. Aunque yo me encontraba lejos, escuché todo. Katerine exponía que la infancia era una etapa de desarrollo de capacidades y aprendizaje, de explorar el mundo con base en la inocencia, la diversión. Se refería a la adolescencia como una etapa determinante para lograr todo lo que se desea en la vida pero que, desafortunadamente, ha sido muy estereotipada y vista como una fase negativa.

Hacían especial énfasis en que no debían permitirle a nadie que les arrebatara sus palabras, estas debían sonar tan fuerte hasta llegar al punto de sorprenderse respecto a todo lo que tuvieran que expresar. Por aproximadamente una hora hablaron de las realidades enfrentadas y de la posibilidad de encontrarse cada dos semanas.

La manera de involucrarlas no solo era a través del ritmo con el cual expresaba sus ideas, iba más allá de esa dinámica, su mirada iba tejiendo confianza en las chicas para convencerlas de regresar. Y al finalizar su charla, entregaba un papelito con sus datos para ser localizada por ellas en caso de que la necesitaran. Me acerqué con calma, pero con mi corazón latiendo de admiración. Quería saber más sobre ella y su trabajo. Su compañera se había ido un poco antes.

Después de decirle mi nombre, me saludó como si ya me conociera: “Mucho gusto, soy Katerine”, se presentó. Le comenté que pasaría un tiempo en la localidad y le expresé mi admiración por lo que había presenciado y le pedí más información. Asintió con la cabeza y me sugirió ir a la heladería más cercana.

Entre risas y sabores me contó que desde los doce años emprendió un mundo de liderazgo en su centro educativo y tomó la batuta de las luchas estudiantiles porque no estaban de acuerdo con algunos lineamientos.

También se convirtió en presidenta de un tribunal electoral y trabajaba en un grupo autonombrado “agentes adolescentes, voluntarios en salud” para facilitar el acceso de las y los jóvenes a una educación integral en sus lugares de estudios y en sus hogares. Aunque el grupo dejó de estar activo, ella siguió involucrada en diversos espacios.

Su liderazgo era incesante, reconocía la importancia de alzar la voz y tejer comunidad. Con un dejo de tristeza afirma la necesidad de transformar muchas cosas. “Ha habido 154, 626 partos de niñas en un periodo de cuatro años. Son cifras que alarman”, me dijo y remarcó cómo el espacio de juventudes del cual formó parte promovió la prevención del matrimonio infantil.

Asegura que ella no ve a esas niñas como un número, las mira como niñas especiales que deben asimilar por sí mismas su importancia, desde la forma en que han vivido hasta la manera en que les han arrebatado sus derechos. Señaló que hacer algo en honor a ellas es su principal motor y la impulsa a contribuir para reducir los casos de violencia, los casos de niñas embarazadas y abusadas, o los de quienes han muerto históricamente.

Es perceptible su deseo por brindar a las niñas algo que quizá ella no pudo vivir; es decir, verlas felices, seguras y con una vida a plenitud ampliamente merecida. Aún tengo presente su vigor mostrado al relatar su participación en un foro departamental alusivo al Día Internacional de la Niña celebrado el 11 de octubre. Ella fue panelista y principalmente expuso las necesidades de las jóvenes en el departamento, su falta de empleo y de educación sexual.

Recuerda que esta situación generó un gran eco en las autoridades locales debido a su exigencia de que cumplieran con sus obligaciones. Sus ojos brillarían de orgullo cuando cuenta:

“Una niña de trece años les estaba diciendo lo que debían hacer y qué estaban haciendo mal. Siento ese momento como el comienzo de mi lucha real. A partir de allí se me abrieron otros espacios que fueron los pilares de mi activismo, como la Plataforma juvenil de Derechos Sexuales y Reproductivos en Honduras y Plataforma Right Here Right Now”.

Katerine hace incidencia de diferentes maneras.

En el servicio voluntario realizado en la escuela donde su mamá trabaja ha dado acompañamiento a denuncias sobre abuso sexual a niñas y niños. El resultado ha sido la amenaza de meterla a la cárcel y el cierre de algunas puertas. Su tono de voz cambia cuando dice: “Aquí hay censura. En muchas ocasiones nos han limitado el derecho básico a la libre manifestación de nuestras necesidades y exigencias. Siempre hay un tipo de represión que pone en riesgo nuestra vida y nuestra libertad. Es por eso que he estado en la calle, en plena lucha”.

Todas estas situaciones no han sido fáciles de enfrentar, pero no han sido motivos para detener su activismo.

“Ese contexto me reafirma la necesidad de crear espacios de sororidad, amor, ganas de luchar por estas niñas, niños y adolescentes que prioritariamente deben ser consideradas como nuestras iguales en un sentido más empático. Espacios donde la inclusión sea la base: que cuando mencionemos la palabra niñas incluyamos a todas, desde el sector más vulnerable hasta el basado en privilegios, tomando en cuenta todos los factores que rodean a esas niñas”.

Aquellas eran sus palabras mientras se percibía su desbordante pasión a flor de piel. Cuenta que las mujeres lencas fueron su gran inspiración. Las define como ríos de vida, bordadoras de historias, ejemplos de resistencia desde el amor colectivo y resalta la forma en que ellas son el encuentro con nuestra voz interna, el reconocimiento de estar interconectadas con todo lo que nos rodea.

“Yo me identifico como una mujer lenca”, dijo mirándome fijamente.

“Son mis raíces como hondureña. Raíces de nuestras ancestras, que nos acompañan siempre, y que nos han sido arrebatadas con el fin de explotar la tierra, e incluso nos han obligado a negarlas y a sentirnos mal por ellas. Nos han quitado nuestras bases originarias como la lengua nativa. Nos han arrebatado muchas identidades, además de espacios por ser mujeres y niñas, por no cumplir con un estereotipo estándar de belleza. Su voz sonaba como la de muchas.

Al compartirle esta observación, me refirió su aprendizaje de todas las mujeres sin importar su edad y contó que forma parte de una red de mujeres en su departamento con quienes lucha por la situación ambientalista en Honduras: la expropiación de la tierra, los abusos contra las mujeres. Enfatizó la forma en que esas luchas ejercidas por otras han sido retomadas en sus espacios como un ejemplo y una forma de estrategia para realizar su propia incidencia.

Me hizo sentir todo el tiempo el poder de la conexión como mujeres y basada en su experiencia reiteré la necesidad fundamental de escuchar a las niñas y a las adolescentes para hacerles sentir nuestro apoyo y admiración. Me contó su deseo de decirle a todas las niñas del mundo que son fuertes, con poder, y sobre todo con mucha capacidad, y que nunca deben considerar la edad como una determinante de su liderazgo y experiencia, porque no es así.

Porque la experiencia se hace con base en los hechos vividos y la forma de enfrentarlos, en considerar a las niñas y adolescentes capaces, y entender que ninguna persona adulta puede decirles qué deben o pueden hacer, mientras ellas estén seguras de sus capacidades para lograrlo. Katerine demostraba su inmensa sabiduría, su grandeza recaía en la entrega con la cual transmitía sus conocimientos cargados de vivencias.

Acordamos salir en otra ocasión para que me mostrara un poco más de su país. Yo pasaría por ella al lugar en donde se reúne con las niñas y adolescentes. Llegué cuando concluía su actividad, pero alcancé a escucharla decir:

“A pesar de vivir en una sociedad machista donde no nos ha permitido explotar nuestra forma de ser ni nuestra forma de expresarnos al máximo, estoy segura que de encontrar las puertas cerradas, nosotras las abriremos. No debemos cansarnos de luchar por nuestras creencias y por aquello considerado y comprobado como erróneo durante todo este tiempo. Podemos hacer llegar a cualquier persona nuestras necesidades, nuestras vivencias, nuestros sentimientos, y demostrar todo lo que nos ha hecho daño. Es un llamado a no rendirnos. Si nosotras lo deseamos, lo podemos lograr. No importa ningún límite, nosotras lo vamos a superar mientras estemos juntas y no guardemos silencio”.

Escucharla durante ese viaje fue un regalo inmenso obsequiado por el universo. Fue una evidencia de que abrir las alas a lo desconocido siempre nos llevará a conocernos a nosotras mismas.