<em><strong>Despertar y acompañar: RESILIENCIA</strong> </em><br><strong>Jinna Yennsy Rosales </strong><br><strong>34 años -</strong> <strong>Hondureña</strong> <br>
Despertar y acompañar: RESILIENCIA
Jinna Yennsy Rosales
34 años – Hondureña

Wangky

Quedé muy sorprendida al saber que Jinna iba a ser monja. Por un lado, no lo creía y pensé: “¿Cómo es posible?”. Pero también creí que se trataba de una broma suya. Mis compañeras y yo comenzamos a cuestionarle muchas cosas de la Biblia para hacerle caer en la mentira. Pero recitó de memoria parábolas y conocía cada libro de la iglesia católica.

Y jamás se rio. Como la sorpresa era grande y no entendíamos cómo alguien que imparte talleres sobre derechos sexuales y derechos reproductivos hubiera considerado ser monja, le preguntamos: “¿Cómo es posible que después de haber estado en ese proceso ahora hables del derecho a decidir?”.

Ella, con su siempre tranquila voz, respondió: “Yo creo en los procesos, en los buenos procesos. Aunque mi base religiosa fue sumamente fuerte, también me di la oportunidad de empoderarme con otros temas, de analizar y reflexionar, generar una gran conciencia por los derechos de las mujeres, que son las más violentadas en esta sociedad”.

Cuando terminó el taller de ese día y Jinna había partido, algunas nos quedamos conversando sobre la gran sorpresa que nos causó el descubrimiento del camino que ella pudo haber tomado y el lo que sus palabras provocaron en nosotras. Sobre todo, porque sabíamos –por otras conversaciones con ella– de su conocimiento de otras realidades en nuestro país, gracias a haber estado en otras comunidades hermanas como la ubicada en Lempira, donde trabajó con niñas y niños en situación de vulnerabilidad e incluso fue candidata a una diputación.

Mientras más lo hablábamos, más queríamos saber por qué ella había querido ser monja y qué le hizo desistir de la idea. Decidimos que en el siguiente taller le pediríamos que nos contara su historia, pero al final optamos por invitarla a comer para que pudiera contarla con mayor tranquilidad ya que sabíamos de su compromiso con el tiempo que dedica a los talleres.

Como cada semana, Jinna llegó puntual a nuestra cita para comer. Nosotras ya estábamos ahí y habíamos aprovechado la espera para acordar con las demás compañeras pedirle que nos contara su historia, a lo que amablemente aceptó. Nos enteramos de que nació en el Barrio Las Crucitas, en Tegucigalpa, en un ambiente muy familiar con su madre, padre, abuela y tíos.

Enfrentó una transición bastante difícil a partir de los 7 siete años cuando su mamá tuvo que irse de mojada a los Estados Unidos y aunque su papá se quedó a cargo, se refugió en el alcohol. Por ser la hermana mayor asumió un rol de adulta y el cuidado de sus hermanos y de sus emociones, así como la tarea de inculcarles buenos valores e intentar mantenerlos alejados de las calles.

Le expresamos nuestra gran admiración al conocer su historia de vida y le preguntamos cómo pudo hacer frente a esa situación siendo tan pequeña. Nos contó que el hecho de reconocer su realidad fue de gran utilidad porque además de la separación de su mamá, su situación económica se precarizó bastante y el hecho de estar consciente de todo lo vivido la hizo esmerarse más en sus estudios, centrarse en ellos y en sus hermanos. Una vecina vio la situación que Jinna vivía en casa y le comentó: “A vos te iría muy bien si participaras en un grupo juvenil”. A pesar de tener ciertas reservas, se animó a ir.

Le gustó haber salido de su casa, ver otra realidad y olvidarse un poco de la que atravesaba su familia. Le gustó compartir con otras y otros jóvenes y conocer sus realidades fue de gran ayuda para salir adelante y saber que no era la única con problemas. Le sirvió para percatarse de la existencia de personas que enfrentaban problemas más fuertes.

Escucharlas la motivó a seguir con ellas, a seguir en los grupos. Inmediatamente comenzó a coordinar grupos y a sentir la necesidad de asumir un compromiso más fuerte. Así inició su proceso para ser monja. Su memoria más atesorada de esa época es la oportunidad que tuvo de ir a zonas muy adentro del país, específicamente con la etnia indígena Tolupanes, con la que convivió por tres meses. Palpar la realidad vivida por esa etnia la hizo ampliar su conciencia sobre las problemáticas sociales. Al volver a casa comenzó a valorar la importancia de su hogar, de los alimentos poseídos y transmitió a sus hermanos la dificultad de “otras realidades” allá afuera.

Con amplia sabiduría expresa: “Cuando se te cae la venda de los ojos, sales de esa zona de confort. La impotencia sentida ya no solo por mi propia realidad, sino también por la de otros grupos, fortaleció mis ganas, mi participación e involucramiento con estos espacios. Esta resistencia implicó en mí mayor fuerza, más compromiso”. Finalmente se dio cuenta de su dificultad para encontrar su vocación para ser religiosa.

Descubrió que su proyección era más orientada al trabajo social y desde ese momento no ha parado en su labor por contribuir a modificar las cosas que considera injustas. Realizó un voluntariado con niñas y niños de la calle por tres años hasta que tuvo que abandonarlo porque el trabajo atentaba contra los intereses de una operación de narcomenudeo en la cual tres tipos encapuchados llegaron con pistolas para sacar y amenazar a las personas que la apoyaban.

La separación fue difícil para Jinna debido al gran afecto que le tenía a las niñas y niños. Tristemente no podía hacer nada porque su seguridad estaba de por medio y ella era consciente del alto nivel de corrupción en las instituciones de gobierno. Jinna también nos compartió que vivió un año en una zona rural indígena en Lempira donde trabajó en igualdad de género con niñas y niños en situación de vulnerabilidad.

Esta experiencia le permitió conocer las dificultades enfrentadas por las niñas hondureñas para poder desarrollarse plenamente, principalmente ocasionadas por los roles y estereotipos asignados por ser mujeres. A su regreso a la capital, Jinna comenzó a trabajar fuertemente en la defensa de los derechos sexuales y derechos reproductivos. Estaba tan apasionada por la temática que en menos de un año se encontró trabajando con adolescentes de escuelas y jóvenes de algunas zonas rurales. Así descubrió la gran violación ejercida sistemáticamente a los derechos de las mujeres y las limitaciones sufridas en el país derivadas de la prohibición y privación de derechos y condiciones de igualdad.

Han transcurrido siete años desde entonces en los cuales se suma su papel de docente universitaria y de directora de la organización Acción Joven Honduras, desde la cual trabaja con nosotras. Además, coordina espacios en coaliciones o plataformas. Cuando ya habíamos conocido su bella historia, acordamos reunirnos una vez por mes para contar nuestras historias particulares, para poder compartirlas entre nosotras y poder rescatar la sabiduría y aprendizaje inherente en cada una de ellas. Después de esa memorable comida, llegué a casa y me quedé sentada en la hamaca del patio.

Necesitaba procesar todo lo narrado por Jinna y una serie de preguntas resonaban en mi mente. Pensaba en que le he escuchado hablar varias veces del esfuerzo de las organizaciones de sociedad civil y de mujeres y de cómo pareciera que no alcanza, porque hay muchos lugares en los que nadie se quiere meter, especialmente en las zonas rurales más afectadas.

También pensaba en su cuestionamiento sobre cómo vamos a trabajar para prevenir las uniones tempranas, el embarazo en adolescentes, si no es asequible llegar a estos lugares. Sin educación sexual, sin políticas públicas que realmente protejan todo un marco legal para la niñez y adolescencia, y sin presupuesto, esta labor se hace titánica en un país como Honduras.

No son cosas fáciles de responder y yo pensaba en la necesidad de responderlas en colectivo, desde nuestros distintos espacios, donde un buen inicio podría ser la respuesta que la misma Jinna nos dio: “Necesitamos repensar qué podemos hacer para llegar hasta las poblaciones más marginadas, porque son ellas las que están pasando y atravesando por esta realidad de violaciones sexuales y privación de otros derechos.

Necesitamos creer en la existencia de niñas que nos necesitan y para llegar a donde están debemos autoformarnos, tomar conciencia y tener los elementos necesarios para enfrentar las distintas problemáticas. Hay que ser congruentes con nuestro decir y hacer si acompañamos procesos, porque eso puede dar esperanza a las chicas con quienes trabajamos y para quienes trabajamos»