<strong><em>Ecos color verde: REDES</em></strong><br><strong>Emily Reyes Guzmán</strong><br><strong>27 años - </strong>    <strong>Mexicana </strong>
Ecos color verde: REDES
Emily Reyes Guzmán
27 años – Mexicana

Sofía Sozapato

Nos caímos muy bien al conocernos. Nos encantaba hacer muchas cosas juntas, nos divertíamos mucho, lo seguimos haciendo.

Acudió por primera vez con su mamá a una de las actividades organizadas por su tía y quedó encantada. Recuerda que no entendía algunas cosas, preguntaba y cuestionaba todo lo que le generaba dudas.

Fue tanta su insistencia e interés que su tía la empezó a invitar a las actividades. Cuando había algún foro la llevaba para contar con su apoyo con la lista de asistencia, tomar fotografías o cualquier actividad en la que pudiera apoyar.

También la motivaba a participar cuando se hablaba de los derechos de las niñas y los niños.

Al principio pensé que solo se trataba de acompañar al trabajo a su tía y que era semejante a cuando yo iba con mi mamá al suyo, pero no tardé en darme cuenta del amplio interés de mi amiga, le encantaba estar en ese espacio, y recuerdo su felicidad cuando finalmente fue reconocida como una integrante de la red a los doce años. Literalmente brincaba de felicidad y yo con ella.

Cada vez hablaba más de DDESER y decía a todas las compañeras de escuela la importancia de que como niñas tuviéramos información para tomar decisiones con base en los deseos para nuestro plan de vida. Comencé a poner más atención a las cosas que nos decía a mí y a las compañeras de clase, a esa información adquirida en sus talleres y compartida con nosotras.

Nos decía: “¿Saben qué? Nosotras tenemos derecho a tener relaciones sexuales y contar con nuestros métodos”. Yo no hablaba nada de esto en mi casa porque sabía que no lo tomarían a bien y no quería me prohibieran juntarme con ella. Pero muchas compañeras iban a contarle a sus mamás y papás nuestras pláticas y la catalogaban de mala influencia.

Una vez, después de una firma de boletas, Emily y yo fuimos al baño y escuchamos a unas madres hablando afuera del salón. Decían: “¿Cómo es que esta niña sabe tanto y por qué está mal influenciando a mi hija?”. Mencionaban que su edad no era la adecuada para saber tanto de sexualidad y criticaban que lo hablara en la escuela. La consideraban una mala influencia para el resto y auguraban que pronto quedaría embarazada.

Esto no solo ocurría en la escuela. Emily me contaba de algunos familiares le recriminaban a su tía que la había echado a perder, porque antes de llevarla a sus actividades asistía a la iglesia y justo después dejó de ir y ya tenía otros pensamientos.

Las personas no veían la felicidad de Emily por aportar algo a la sociedad, trabajar con otras personas jóvenes y sentirse plena, a gusto con sus acciones. Afortunadamente lo anterior no truncó su continuidad en las actividades de DDESER. Hasta la fecha acude y quien la ha escuchado hablar sobre su trabajo como promotora puede dar fe de pasión por ello.

Sin duda, contar con el apoyo de su abuela –la mujer más importante en su vida– y de su mamá, resultó crucial para participar y hacer frente ante las reacciones negativas.

Hoy, a poco más de una década, cuando la escucho decir cuán importante ha sido para ella estar en la red para enfrentar algunas circunstancias y tomar decisiones, pienso que fue un gran regalo de vida no solo para Emily, sino para quienes nos enganchamos con sus propuestas.

Me encanta y sorprende recordar todo lo aprendido juntas y ver cómo fuimos cambiando con el paso del tiempo. Por ejemplo, el cambio entre juntarnos únicamente con las niñas “bien portadas” a juntarnos con todas las compañeritas de la escuela y darnos cuenta que algunos comportamientos que creíamos inapropiados para las niñas, en realidad respondían a estereotipos impuestos por ser mujeres. O pensar en el día que hicimos nuestro plan de vida juntas y nos emocionó soñar con la vida que deseábamos.

Como dice Emily, cada niña debería poder establecer un proyecto de vida y realizarlo. El otro día me contó que aún conserva nuestro proyecto de vida y al revisarlo se percató de que ha logrado muchas cosas plasmadas ahí. Sintió mucha emoción y se puso a llorar de felicidad y orgullo por su empoderamiento. Sus lágrimas se debían al agradecimiento de haber contado con la libertad de decidir en todos los aspectos de su vida.

No siempre se lo digo, pero yo también estoy muy orgullosa de ella, por todo lo logrado, desde su acompañamiento a promotores hasta el día que fue diputada en el parlamento juvenil Rosario Castellanos. También participó con una iniciativa llamada: “Género y Migración: mujeres en su tránsito por Chiapas” y ganó un viaje para ir a Canadá a través de la convocatoria del Instituto Mexicano de la Juventud “Jóvenes analistas” en la que fue reconocida por realizar el análisis más destacado sobre las diferencias existentes entre las legislaciones de Oaxaca, Chiapas, Colima, Chihuahua y Morelos en relación con la cartilla de derechos sexuales y derechos reproductivos.

Me resulta inevitable no pensar en redes de mujeres cuando hablo de Emily porque ella siempre resalta que escuchar las experiencias de otras mujeres la fortaleció a nivel personal y organizativo. Además, porque he visto cómo ha ayudado a algunas mujeres a salir de la violencia.

Ella dice que siempre debemos recordarle a las niñas la existencia de muchas mujeres detrás, frente y al lado de ellas que luchan para acceder a un mejor futuro y un mejor presente. Insiste en que hay que destacar la importancia de integrarse a alguna organización, buscar información sobre el feminismo y, de presentarse la oportunidad como le ocurrió a ella, que no duden en aceptarla.

Yo estoy completamente de acuerdo porque conocí a la Emily a sus diez años y conozco a la de 25, la que venció su miedo a portar el pañuelo verde y hoy lo usa con orgullo porque representa su lucha y la de sus compañeras. Ella, quien desde pequeña defendió su deseo por participar y hoy facilita procesos para la participación de otras.