<strong><em>Brincos de ingenio y creación: ARTE </em></strong><br> <strong>Ana Juárez Castellano</strong><br><strong>25 años -</strong> <strong>Guatemala</strong>
Brincos de ingenio y creación: ARTE
Ana Juárez Castellano
25 años – Guatemala

Rosaura Ramos

El poema dice: “Aquí en este país todo queda lejos, aunque es un país tan chiquitito, todo queda lejos, te queda lejos la educación, te queda lejos la salud, te queda lejos la participación en espacios públicos, te queda lejos todo”. Para Ana esta es una forma de resumir cómo se vive alejada de la capital de Guatemala. No es que la lejanía en sí misma represente un problema.

El problema es el centralismo enfrentado en la mayoría de los países de América Latina y cómo se vuelve un obstáculo para el ejercicio de derechos. Vivir en una zona roja, una zona urbana marginal, dificultó de alguna manera la participación de Ana.

Cuando era niña y adolescente no tenía acceso a carreteras ni a transporte público, solo había una biblioteca en la comunidad y el acceso a internet era escaso, lo cual no solo limitaba su participación, sino la de muchas mujeres guatemaltecas. Como dice la propia Ana: “Hay comunidades en las cuales casi no pasa nada y si pasa, no es nada bueno”, una realidad nacional fuerte.

Muchas niñas y niños en Guatemala deben caminar muchos kilómetros para llegar a una escuela, para lo cual se levantan muy temprano y salen de casa sin desayunar. Ana no fue una excepción pese a su cercanía con la escuela donde estudió la primaria, al igual que con el instituto donde estudió su educación media. Por estas razones de tiempo, sumado a otras circunstancias, cursó un bachillerato en línea.

Afortunadamente contaba con acceso a internet y todo pudo fluir. Actualmente asiste a la universidad pública, por lo cual debe salir de casa a las cinco y media de la mañana para llegar a las siete y lograr tomar sus clases. Ana es una mujer admirada por muchas de nosotras, es un ejemplo de fuerza interna y una de las personas más amorosos que cualquiera pudiera encontrar.

A veces intento imaginar la Ana introvertida y poco social que ella asegura fue de niña, pero la única imagen que me viene a la mente es la de ella leyendo en casa y en el instituto, tal vez porque ella está grabada en mi memoria como una chica llena de luz, sociable y muy cariñosa.

Cuenta que fue así hasta los doce años, cuando comenzó a estudiar en un instituto privado de educación popular. Ahí fue donde comenzó su activismo, porque el objetivo de la educación popular es precisamente involucrar a las personas en actividades políticas, hacerlas críticas para que propongan acciones en el área dónde viven.

Como contaban con áreas de expresión artística ella decidió hacer teatro y zancos. Cuando ya había adquirido algunos conocimientos, comenzó a enseñar a más personas, muchas de ellas mujeres. Lo hizo sin saber qué era el feminismo, sin estar consciente de qué era ser incluyente y ser tallerista; simplemente quería compartir todos sus aprendizajes.

Cuenta que un profesor, consciente de la inmensa exclusión de parte de los hombres hacia las mujeres, impulsó “la semana de las mujeres” durante la cual Ana impartió talleres para mujeres zanqueras los cuales continuarían por las mañanas de los siguientes dos años. Por las tardes, Ana tomaba clases de teatro, danza, música, malabares y zancos.

Compartía todo lo aprendido no solo porque tenía tiempo, sino porque le nacía del corazón hacerlo. Y mientras llevaba a cabo estas actividades, participó en espacios políticos donde aprendió sobre derechos humanos, de la niñez y de las mujeres. Ana aprovechó cada oportunidad en el Instituto y llegó a conformar un grupo de teatro en el que solo participaban mujeres que utilizaban las obras para abordar la fuerte violencia sufrida en sus comunidades.

Su trabajo en escena tuvo tal efecto que fueron invitadas a realizar una gira fuera del país de dos meses junto a otro grupo de mujeres con el cual pudieron visitar países como Alemania, Austria y Eslovenia. La experiencia cambió la percepción de todas y a pesar de que en algún momento dejaron de trabajar como grupo, se siguen la pista. La mayoría sigue haciendo trabajo social de una u otra manera.

Ana participó en una obra más en Guatemala y después decidió estudiar un diplomado en animación sociocultural en Caja Lúdica –organización aliada del Instituto donde había estudiado–, lo cual fue una excelente opción porque le apasionaba y supuso una alternativa frente a la dificultad enfrentada por su familia para costear la continuidad de sus estudios.

Cuando concluyó el diplomado no dudó en acercarse a las coordinadoras de la organización para pedirles trabajo. Pero debido a su edad,16 años, la única opción era una beca que le permitiera continuar su formación y obtener un ingreso. Cuenta que forjó sus ideas y pensamiento crítico en el Instituto y que durante el periodo de becaria en Caja Lúdica entendió su rol de tallerista y el significado de los talleres y estructuró lo que hacía de manera empírica desde pequeña.

Desde entonces, Ana es parte de la organización y su crecimiento brilla por su amplitud. Sus experiencias han hecho de ella una joven fuerte, empoderada y con una sabiduría indispensable para compartir. Sin embargo, no ha recorrido un camino fácil. Le tocó entender cómo la gente creía que las mujeres no sabemos hacer las cosas y vivir la exclusión, como cuando en el grupo de zancos no le enseñaban lo mismo y era excluida por ser mujer.

Pero Ana posee un alma, voz y cuerpo incapaces de atemorizarse ante la adversidad. ¡Ahora ella habla con fundamento y actúa! Aprendió a hacerse escuchar en todos lados, espacios públicos y privados. En casa reconoce a sus hermanas mayores, quienes estudiaron antes que ella en el mismo Instituto y le abrieron camino.

Recuerda cómo llegaban a casa diciendo: “No pueden limitarnos la participación, no pueden gritarnos, no pueden pegarnos. Nosotras también tenemos voz, tenemos voto”. Esto implicó algunas discusiones, pero al final esas situaciones cambiaron la dinámica familiar y contribuyeron a su formación y participación para que dejara de mirarse como un pasatiempo o etapa de rebeldía.

Ana cuenta que el papel de sus hermanas –dos mujeres adolescentes– fue central en los cambios familiares que iniciaron cuando ella aún era niña. Yo le digo que ella continúo con ese legado. No sé si de manera consciente o inconsciente, ella utilizó su inteligencia y personalidad amorosa para hacer saber a sus padres sobre la importancia de accionar a favor de sí mismos y de otras personas.

Les contaba cada acción que llevaba a cabo, los invitaba a sus actividades, les compartía cómo se sentía y de las transformaciones de los chicos con los que trabajaba y de la gente en las comunidades. Les hablaba de lo bonito e importante de su trabajo. A menudo le pido a Ana que vuelva a contar la ocasión en la que utilizó los argumentos religiosos de sus papás para explicar su trabajo a favor de una vida libre de violencia.

¡Es que me parece tan ingeniosa! Me encanta volver a escuchar cómo le dijo a su madre: “Imaginate que la violencia es un demonio y con la ayuda de tus oraciones yo estoy obrando, porque la fe sin obra es fe muerta”. Ana ha representado muchas cosas en mi vida, pero sobre todo la posibilidad de reconocer la importancia de nuestras voces y de cómo deben ser utilizadas para expresar nuestros pensamientos y sentimientos.

Ahora, en cada ocasión en la que convivo con niñas y surge la oportunidad, las motivo a que expresen su sentir y, de ser necesario, se revelen ante cualquier inconformidad. Les digo que la rebeldía no es mala para señalar las cosas que nos lastiman o incomodan. Les hago saber que deben estar tranquilas, porque en el camino encontrarán a muchas mujeres para ayudarlas a sanar, infinidad de mujeres a quienes les han hecho sentir que son las malas, pero que han descubierto que esta maldad es vivida en la sociedad, ocasionada por el patriarcado, el machismo, ahí está lo malo, no en nosotras.

Les expreso mi gusto de conocer a una joven fabulosa que habría querido escuchar estas palabras, y por el agradecimiento a todo lo que ella me ha aportado, yo quiero regalárselo a cada niña en mi vida.